sábado, 21 de febrero de 2009

Crónica de una travesía cargada de pistas

Darwin recorrió el país en 1833.
Este documento registra su paso por la Provincia de Santa Fe

En San Nicolás he visto por vez primera el magnífico río Paraná. Al pie del cantil donde se levanta la población citada había anclados algunos grandes navíos.

Antes de llegar a Rosario cruzamos el Saladillo, corriente de agua cristalina, pero demasiado salobre para ser potable.

Rosario es una gran ciudad, edificada en una meseta horizontal levantada sobre el Paraná unos 18 metros. El río aquí es muy ancho y tiene numerosas islas, bajas y frondosas, como también la opuesta ribera. La vista del río parecería la de un gran lago, a no ser por las islitas en forma de delgadas cintas, únicos objetos que dan idea del agua corriente.

Los farallones constituyen la parte más pintoresca; unas veces son del todo verticales y de color rojo, y otras se presentan en grandes masas hendidas, cubiertas de cactus y mimosas. Pero la verdadera grandeza de un río inmenso como éste deriva: de constituir un importante medio de comunicación y comercio entre los países por donde pasa; de la vasta extensión de su comarca, y del vasto territorio que avena la mole inmensa de agua que arrastra en su curso.

Por espacio de muchas leguas al norte y sur de San Nicolás y Rosario el terreno es realmente llano. Todo cuanto los viajeros han escrito sobre su perfecta horizontalidad apenas puede tildarse de exagerado. Sin embargo, nunca hallé un sitio donde echando una mirada en torno mío dejara de ver los objetos a mayores distancias en unas direcciones que en otras, lo que prueba manifiestamente la desigualdad de la llanura (...).

Un toxodonte en el Saladillo
Hemos partido a la luz de la luna y llegado al río Tercero con la salida del sol. Dicho río lleva también el nombre de Saladillo, por lo salobre de sus aguas.
Me detuve aquí la mayor parte del día para buscar huesos fósiles. Además de un diente completo del toxodonte y muchos huesos esparcidos aquí y allá, encontré dos enormes esqueletos muy próximos, que se proyectaban en atrevido relieve, saliendo del tajo perpendicular del Paraná.
Sin embargo, estaban tan podridos que sólo me fue posible  extraer pequeños fragmentos de uno de los grandes molares; bastan, a pesar de todo, para demostrar que los restos mencionados pertenecieron a un mastodonte, probablemente de la misma especie que el que en época remota hubo de habitar en gran número la Cordillera en el Alto Perú.
Los hombres que me llevaron en la canoa tenían noticia de estos esqueletos largo tiempo hacía, según me contaron, añadiendo que, como no acertaban a explicarse la presencia de los mismos en el sitio, se echaron a discurrir alguna suposición, y concluyeron como cosa probable que el mastodonte ¡debió de fabricarse sus madrigueras, como la vizcacha y que hubo de perecer sepultado en sus guaridas!

Por la tarde recorrimos a caballo otro trecho y cruzamos el Monje, corriente también salobre, que acarrea aluviones del lavado de las Pampas.

Indios, Santa Fe y el clima

Hemos pasado por Corunda (Coronda) que, merced a la frondosidad de sus jardines, es una de las poblaciones más bonitas que he visto.

Desde este punto a Santa Fe el camino no es muy seguro. La ribera occidental del Paraná, hacia el Norte, deja de estar habitada, y de esa parte salen a veces indios y arman celadas a los viajeros.

Préstase a ello la naturaleza del terreno, porque en lugar de una llanura herbosa es país cubierto de arbustos espinosos, tales como mimosas de esa cualidad.

Pasamos junto a algunas casas que habían sido saqueadas y permanecían desiertas desde entonces; vimos además un espectáculo que mis guías contemplaron con gran satisfacción y era el esqueleto de un indio con la piel desecada y pendiendo de los huesos, suspendido de la rama de un árbol.

Por la mañana llegamos a Santa Fe.

Allí me sorprendió observar el gran cambio de clima, producido por la diferencia de sólo 3 grados de latitud, entre este lugar y Buenos Aires.

Así lo evidenciaban el vestido y complexión de los hombres, el mayor desarrollo del ombú, el gran número de nuevos cactus y otras plantas, y especialmente de las aves. En el transcurso de una hora observé media docena de las últimas que nunca había visto en Buenos Aires.

Considerando que no existen fronteras naturales entre las dos regiones y que el carácter del país es muy semejante, la diferencia dicha era mayor de la que podía esperarse.

El gobernador y su hobby

Durante estos dos días un dolor de cabeza me tuvo postrado en cama. Una anciana de buen corazón, que me asistía, quiso hacerme probar muchos remedios extraños.

Uno de los que se usan comúnmente consiste en aplicar a las sienes dos hojas de naranjo o dos trozos de emplasto negro; y todavía está muy generalizada la práctica de partir una habichuela en dos mitades, humedecerlas y colocar una en cada sien, donde se adhieren fácilmente. Además, no se considera conveniente retirar las habichuelas y el emplasto; antes se las dejaba hasta que cayeran por sí mismas, y si alguna vez se encontraba a una persona con parches en la frente y se le preguntaba la causa de ello, la contestación era: «Tuve un dolor de cabeza anteayer. ».
Muchos de los remedios empleados por la gente del país eran ridículamente extraños y repugnantes (...).

Santa Fe es una pequeña ciudad tranquila, en la que reinan la limpieza y el orden. El gobernador, López, era un soldado raso en tiempo de la revolución, y a la fecha lleva 17 años en el cargo.

Semejante estabilidad se debe a sus procedimientos tiránicos, pues hasta ahora la tiranía parece adaptarse a estos países mejor que el republicanismo. La ocupación favorita del gobernador consistía en cazar indios; de poco tiempo a esta parte había matado 48 y vendido los hijos a razón de tres o cuatro libras por cabeza.

La gran sequía

En tanto viajaba a través del país recibí varias vívidas impresiones de los efectos causados por la última gran sequía, y tal vez la relación de ésta arroje alguna luz sobre los casos en que quedaron sepultados juntos gran número de animales de todas clases.
El período comprendido entre los años 1827 y 1832 se llama el «gran seco», o la gran sequía. Durante ese tiempo fue tan escasa la lluvia caída, que no creció ninguna planta, ni siquiera cardos; los arroyos se secaron, y todo el país tomó el aspecto de un polvoriento camino carretero.
Así ocurrió especialmente en la parte septentrional de la provincia de Buenos Aires y meridional de Santa Fe. Pereció un gran número de aves, animales silvestres, ganado vacuno y caballar por falta de alimento y agua.
Un hombre me dijo que los ciervos solían meterse en su corral a buscar la poza que se vio obligado a cavar para proveer de agua a su familia y que las perdices apenas tenían fuerza para huir volando cuando se las perseguía.
El cálculo más bajo supone que se perdieron sólo en la provincia de Buenos Aires un millón de cabezas.
Un ganadero de San Pedro tenía 20.000 reses con anterioridad a esos años, y al fin no le quedó ni una. San Pedro está situado en lo mejor del país, y aun ahora abunda de nuevo en animales; pero durante la última parte del «gran seco» hubo que llevar ganado vivo, en barcos, para el consumo de los habitantes.
Los animales abandonaron las estancias, y, encaminándose hacia el sur, se mezclaron juntos en tales multitudes, que fue preciso enviar desde Buenos Aires una comisión de gobierno para arreglar las disputas de los dueños.
Sir Woodbine Parish me ha dado noticias de otra curiosísima fuente de altercados: como la tierra estuvo seca por el largo espacio de tiempo arriba dicho, el viento levantó tan enormes cantidades de polvo, que en un país descampado como éste se borraron las rayas y mojones, siendo después imposible señalar los límites de las fincas.
Un testigo de vista me refirió que el ganado vacuno, en rebaños de millares, se precipitó en el Paraná, y, exhausto por el hambre como estaba, no pudo encaramarse a los bancos de cieno, y así, pereció ahogado.
El brazo del río que corre junto a San Pedro estaba tan lleno de cadáveres en putrefacción, que, según me dijo el patrón de un barco, el hedor le hacía de todo punto infranqueable
.
Indudablemente, varios cientos de miles de animales perecieron así en el río; viéronse sus cuerpos ya podridos flotar arrastrados por la corriente, y muchos, según todas las probabilidades, quedaron sepultados en el estuario del Plata.
Todos los pequeños ríos se hicieron muy salinos, y esto ocasionó la muerte de gran número de bestias en ciertos sitios, pues cuando un animal bebe esa clase de agua no se recobra. Azara describe la furia con que los caballos salvajes, en una ocasión semejante, se precipitaban en los pantanos, siendo arrollados y aplastados los que llegaban primero por los que venían inmediatamente detrás.
Y añade que más de una vez ha visto los cadáveres de más de un millar de caballos salvajes muertos de esa manera.
Por mi parte noté que el lecho de las corrientes menores de las Pampas estaba pavimentado con una capa de huesos; pero es probable que sea efecto de una reunión gradual antes que de la destrucción en uno de estos períodos.
Después de la sequía de 1827 a 1832 siguió una época de lluvias copiosísimas, que causaron inundaciones. De donde podemos inferir casi con gran certeza que algunos millares de esqueletos quedaron sepultados por los arrastres de tierras del año inmediato.
Si un geólogo viera tan enorme colección de huesos de toda clase de animales y de todas las edades, encastrados así en una espesa masa de tierra, ¿qué pensaría de todo ello? ¿No lo atribuiría a un diluvio que hubiera barrido la superficie de la tierra, antes que al curso natural de las cosas?

Charles Darwin



Fuente: Lacapital.com.ar, febrero de 2009


1 comentario:

Colo dijo...

HOla, como estás, hoy recorriendo blogs encontre el tuyo...

Es bueno encontrar personas cercanas geográficamente así que te deji este mensaje...

Ne gustó lo que escribis

Un saludo